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miércoles, 28 de abril de 2021

Jan Assmann en su libro Violencia y monoteísmo - BERTA ARES YÁÑEZ UNIVERSITAT POMPEU FABRA SPAIN

 “Las culturas” sostiene Jan Assmann en su libro Violencia y monoteísmo (Fragmenta Editorial, 2014), “hacen a los hombres más diferentes de lo que son por naturaleza”. No es una afirmación gratuita la de este historiador alemán, catedrático de egiptología, doctor honoris causa por las Universidades de Münster, Yale y Jerusalén, premio Max Planck a la Investigación y miembro del selecto círculo de Eranos. No es gratuita porque la religión forma parte de las más antiguas e importantes técnicas culturales de traducción, es decir, de producción de comprensión mutua, como nos recuerda Lluís Duch en el prólogo de este libro. Y algo se rompe cuando brota el monoteísmo. Hasta entonces, sostiene Jan Assman, las religiones antiguas se sustentaban en un concepto débil de verdad: todos los dioses son verídicos a su manera. Las nuevas religiones reveladas pusieron término a este sistema. Se consideraban las detentadoras de una verdad. Y es precisamente, un determinado modo y modelo de memorización histórica de esa supuesta verdad, plagada de imágenes violentas,la que construye una manera de comprender la religión vinculada con la violencia, la amenaza, el odio, el miedo y la producción de enemigos. Esa es la razón, explica Jan Assman, por la que no podemos sustraernos a la pregunta acerca de la relación entre el monoteísmo y la violencia. La perspectiva que desarrolla compete a la historia semántica y memorial. El argumento es sencillo: las culturas politeístas eran más tolerantes; con el monoteísmo llegó la violencia; ya no es un mundo en el que pueden convivir varios dioses, ahora es “o mi dios o el tuyo”. En este libro, Assmann desmonta la tesis de René Girard según la cual la religión es el antídoto más eficaz contra todas las formas de violencia humana. “La alianza entre la fe y la violencia” explica, “se remonta al Antiguo Testamento, en el que se describe de manera totalmente glorificante un gran número de actos de violencia motivados por la religión. Y la dinamita semántica que se esconde en los textos sagrados de las religiones monoteístas se inflama en manos de los fundamentalistas”. “Es innegable que el importante crecimiento de los movimientos religiosos en Occidente y sobre todo en Oriente no ha conducido en absoluto a más pacificación, sino que, contrariamente, ha supuesto un incremento terrible de violencia y de conflicto”. Jan Assmann propone en este estudio una lectura diferente al pacto de la Alianza. Es sobre la base de esa nueva construcción de una relación fundamental entre Dios, el hombre y el mundo sobre la que nació el fenómeno al que se consagra este ensayo. Para disipar una recepción recelosa contextualiza el papel del judaísmo. A esta religión, afirma, se le puede considerar responsable de su relación con la Biblia hebraica pero no de su origen. Al contrario, según el historiador, la práctica exegética judía exploró pronto horizontes de interpretación humanizantes que condujeron a neutralizar su semántica explosiva. Pero el lenguaje de la violencia que encontramos en los escritos sagrados de los judíos, cristianos y musulmanes, así como otras numerosas religiones fundadas en un concepto exclusivo de verdad –explica-, es un fenómeno que requiere ser comprendido más allá de toda polémica, y eso tanto más cuanto que el mundo de hoy en día –señalaconoce una explosión de violencia religiosa sin precedentes. A lo largo del libro, Jan
Assmann distingue entre seis tipos de violencia. La pura, que descansa en las tres pasiones de ira, celos y miedo. La cultural, que se expresa en el interior de las relaciones sociales y se forma culturalmente a través de representaciones como el honor, la educación y la disciplina; de ella nace la violencia jurídica o contraviolencia cuyo objetivo es precisamente la eliminación de la violencia pura. La de Estado, que no se funda en el derecho, sino en la diferencia amigo-enemigo. La ritual, que aparece en los contextos de sacrificio e iniciación. Y, finalmente, la religiosa, que define como la ejercida en nombre de la voluntad de Dios. La tesis de este historiador es que semejante tipo de violencia tomó forma sólo con la emergencia del monoteísmo. Para ilustrarla, sigue la estela de una genealogía que se interesa por sus orígenes, es decir, se aproxima al Antiguo Testamento. Proyecto delicado: la Biblia hebraica es el texto sagrado del judaísmo, y cualquier crítica del mundo de las representaciones veterotestamentarias despierta sospechas, confiesa el historiador, quien intenta, aunque no sabemos si lo conseguirá, minimizar susceptibilidades. El libro presenta un trabajo tan interesante como innovador en su planteamiento, realizado a través de distintas disciplinas de las ciencias humanísticas para hilar un discurso sabio y potente que toma en consideración los estudios sobre memoria cultural e historia de su esposa, Aleida Assmann, profesora de literatura en la Universidad de Konstanz. Uno de los apuntes imprescindibles de este libro es la interesante explicación que ofrece sobre cómo las grandes transformaciones culturales han avanzado de manera imperceptible a través de los pasos progresivos y sin embargo la memoria cultural los pone en escena y los recuerda como saltos. Quizá es así, señala Jan Assman, como se desarrollara en realidad el monoteísmo a partir del politeísmo: de forma progresiva. Sin embargo, en la presentación bíblica, el monoteísmo es puesto en escena como un salto y una ruptura revolucionaria, de una forma tan radical, que parece impensable que pudiera ser de otro modo. Es más, los textos bíblicos describen la fundación y la victoria de la religión monoteísta con imágenes de gran violencia. En su estudio, Jan Assman somete el lenguaje bíblico de la violencia a una reflexión, no desde la Teología, sino desde la teoría de la cultura y de la historia,
poniendo de relieve que el monoteísmo constituye un paradigma semántico que se articula bajo la forma de grandes relatos. Y propone la siguiente pregunta: ¿qué función cumple la violencia en los textos en los que el monoteísmo bíblico relata y rememora su propia formación y victoria? Es decir, el relato de escenas de masacres, las acciones punitivas, el derramamiento de sangre, las deportaciones… conducen a una victoria monoteísta presentada y rememorada en el lenguaje de la violencia, ¿por qué? ¿Por qué en los textos canónicos de las religiones monoteístas conceden un lugar sorprendente a los temas de la violencia y odio y del pecado? La historia, concluye Jan Assman, guarda relación con la manera en que el monoteísmo se impuso definitivamente en Palestina; la historia de la memoria, en cambio, guarda relación con la manera en que la Biblia reconstruyó mediante el recuerdo y presentó a través del relato, esa vía del monoteísmo.



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